El
papa emérito Benedicto XVI yace a los pies del baldaquino de Bernini en la
Basílica de San Pedro, al igual que Juan Pablo II en 2005.
En
sus manos tiene el rosario con el cual rezó hasta el final para sostener a la
Iglesia, como recordó el Papa Francisco en los primeros días de su
agravamiento.
No
siendo un pontífice reinante, no vestía el palio u otros ornamentos pontificios.
No llevaba sus zapatos rojos (eran negros), esos que fueron símbolo durante sus
ocho años en el solio de Pedro, ni tampoco no sonaron las campanas de la
Basílica. Sencillez, recogimiento y silencio se respiraba en la Basílica.